Ese periodo fue breve, placentero, pero breve porque casi sin darme cuenta todo volvió a ser lo que era y sigo en ese juego invisible que jugué toda mi vida que consiste en mantenerme en el mismo peso sin necesidad de una balanza que me controle.
En un viaje que hice a Jujuy el año pasado, iba colgada mirando los cerros y no me cansaba de admirar el proceso geológico que había hecho que esas montañas fueran superposiciones de piedras, fundidas entre si para formarse... capas sobre capas, piedras sobre piedras, para formar un todo que permitía ver su interior como si fueran los anillos que conforman los troncos de los árboles.
Ahí me cayó una ficha, no solo vivo con máscaras que se van amoldando a las situaciones que la vida me impone, sino que mi yo exterior también se fue fundiendo en capas sobre capas de cuerpos que me mantienen protegida y aislada de vaya a saber yo (al menos por ahora) de qué. Pero acá me siento bien, es el cuarto del pánico que mi cuerpo conoce y del que indudablemente le cuesta mucho salir cuando no lo necesita.
Qué poderosa es nuestra mente, no? que intrincados mecanismos es capaz de desarrollar para defendernos de las amenazas que nuestro propio interior inventa?
Pero eso es la supervivencia, años de defensa, de ataques a los que hacer frente y eso es lo que conocemos, el estado belicoso que creemos que nunca acabó. Nuestros genes han sido creados para sobrevivir, la necesidad de supervivencia está grabada en lo más profundo de nuestro ser. De ahí la dificultad.
Yo sé que puedo conseguir todo lo que quiera conseguir, el problema es que ese deseo se convierta en una necesidad con mayor poder que la necesidad de no hacerlo y para eso no hay dieta ni tratamiento que sea suficiente, hay que atacar el problema desde otro lado y, mientras tanto, sobrevivir pese a uno mismo.
Y como yapita, les dejo un poema de Silvina Garré que leí cuando tenía 20 años y que quedó grabado en mi memoria...
Eran las capas de la cebolla
y yo la semilla que vive en el centro, ácida y pequeña,
siempre en el centro,
sin compartir ni siquiera un bowl,
sin ver llorar a alguien que me llore,
sin que la lengua patine sobre los dientes de un amado.
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