Acá estoy, sentada en la galería (aunque desparramada seria una mejor descripción de mi postura), escuchando el ruido de los árboles vencidos por el viento, los pajaritos y la nada misma.
Acá estoy, con Tasha, Tati, Tomi y Topi, que andan tan desparramados como yo, dejando que el viento les mueva los pelos a su antojo.
Acá estoy, con una mosca posada en mis dedo índice mientras escribo y con la mente en blanco de tanta paz.

Me siento como en casa, sin miedo a la mirada de los demás porque no me juzgan, me quieren, me critican y se ríen conmigo, porque me conocen desde adentro y hablamos un idioma común que no necesita aclaraciones.
Acá no miro pasar las cosas detrás de una ventana, estoy en el mismo plano y la naturaleza me abraza, me siento parte de ella, integrada dentro del paisaje y mi cabeza no se pierde en los lugares oscuros donde le gusta esconderse.
Me fui, no puedo concentrarme escribiendo porque el viento me distrae y la atracción de ver ese horizonte revuelto es intensa.
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