El dolor es esa lágrima que no podemos controlar, no es dolor lo que se traga sino una enorme angustia que no podemos expresar. Esta angustia no es más que esos ojos irritados que no lloran porque no pueden, no es más que esos labios cerrados porque no hay palabras ni gritos que pronunciar, no es más que el ceño fruncido sin poderlo relajar; en fin... no es más que una y una y una y muchas más lágrimas devoradas sin saber por qué.
Así nuestro corazón y nuestro cerebro se van ahogando sin poder evitarlo. De pronto nos sentimos cansados, débiles, sensibles, necesitados de amor y caricias, solos y aislados. Llegó la crisis...
Nos ahogamos y estamos muertos en vida. Muertos porque nada funciona más que por inercia y vivos porque todavía respiramos y somos cobardes para dejar de hacerlo. Entonces comenzamos a estirar las manos, a pedir auxilio pero sin saber qué necesitamos; nos llenamos de palabras, de consejos y miradas, pero nuestro cerebro nada recibe.
Tenemos las respuestas pero no podemos enfrentarlas. Sólo nos quedan dos opciones, si no nos llenamos de coraje para tomar las riendas de nuestra vida, quedarnos sentados para ir muriendo aún más ó avanzar hacia cualquier lado, lo importante es mantenernos en movimiento.
Este es el problema: qué hacer?; a veces parece más fácil quedarnos sentados, pero la angustia no disminuye.
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