
cumbres que se desmoronan a mi alrededor
y miles de hombres y niños en las esquinas,
desgarbadas figuras que sólo piden pan.
La miseria en los suburbios de este mundo de ricos,
vista como la mugre, la peste, la lepra,
un nuevo virus: la ingenuidad ambulante,
un nuevo karma: la pobreza.
El hambre frente al hambre,
el hambre de amor frente al hambre de las posesiones,
el hambre de pan frente al hambre del tener más,
el hambre frente al hombre.
Un mundo hecho para idiotas,
para seres míseros,
míseros de alma y no de pobreza,
gente partida por la idiotez del consumismo.
Todo tiene precio,
hasta la solidaridad,
la más mínima ayuda cuesta
pero ya no dinero, publicidad.
Hasta este punto llegó la tecnificación,
ya nada es anónimo,
todo se hizo anónimamente público...
hasta el amor, las caricias.
Todo es público,
hablar de sexo,
de modos,
de cómo es él y cómo es aquél;
la proliferación del psicoanálisis,
todos necesitan hablar,
que todos lo sepan,
mostrar,
demostrar,
simular,
ya nada es íntimo,
no hay misterios ni secretos.
No hay más mundo que el que existe:
el de las mentiras y la vanalización del mal.
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