La vida golpea, a todos de distinta manera y en distinto tiempo, pero golpea. Esa es una realidad tan innegable como la muerte misma, esas son las únicas certezas con las que nacemos y con las que debemos aprender a vivir... pese a los golpes y la finitud misma de la vida. Al fin y al cabo, la vida es eso que transcurre mientras se acaba.
Yo tuve un momento en el que transitaba por mi vida yendo sobre una cinta transportadora que tomaba el camino por mi y yo era una simple espectadora. Recibía los golpes, obvio, pero seguía inmutable esperando a que la cinta me sacara de ese lugar. Golpe a golpe me fui formando y capa a capa me fui protegiendo.
Luego hubo un momento en que salí de la cinta, me rebelé, me desperté y quise llevarme al mundo por delante. Fui capaz de todo porque nada podía conmigo... yo era fuerte, poderosa e invencible. Pero ese momento también terminó. Caricias a caricias me fui formando y algunas capas fui quitando.
Hoy, mas madura y mas real, me enfrento a esas capas profundas que no pude sacar y que ya me están pesando. Y son duras las condenadas, vienen llenas de dolor, de sensaciones, de angustia. Basta con levantar un puntita para sentir ese dolor escondido que explota como una olla a presión que se abre.
Hoy, conciencia a consciencia, me voy curando...